Alaska toma el título de un hotel que había junto a la carretera N-1, un gran chalé con mucha historia, abandonado ya desde hace dos décadas, donde la autora iba de pequeña con su padre, lleno siempre de viajeros y turistas. En esta obra, Suárez construye un universo lírico donde el frío, la soledad y la búsqueda interior acompañan a una indagación inmisericorde sobre la naturaleza de las heridas físicas y emocionales. Porque todos tenemos un Alaska en nuestro corazón, un lugar que nos encadena, que recordamos bien o a medias; alguien a quien quisimos pero que hoy no sabemos dónde está. Pero la lluvia llega por sorpresa, como las personas. No se puede hacer nada para detener la lluvia, ni para quien ha tomado le decisión de abandonarnos.