Emma Woodhouse no es la típica heroína de Jane Austen: no es dependiente, no tiene un status y una economía precarios, y no necesita, para asegurar su futuro, cazar marido (a ser posible uno que la ame y al que ame). Al contrario, es una joven ?inteligente, bella y rica?, que no aspira al matrimonio (?una mujer soltera poseedora de una buena fortuna es siempre respetable?), y que rige como por derecho natural los destinos de la pequeña comunidad de Highbury. Jane Austen decía que una joven así ?sólo podía gustarme a mí?). Quizá era consciente de que estaba convirtiendo en protagonista, por primera vez en la historia de la novela, a una mujer que, antes de alcanzar ese ?exquisito temblor de felicidad? que corona las trepidantes peripecias de sus heroínas, debía someterse al principio socrático de conocerse a sí misma. Emma (1816) es una fulgurante comedia de equívocos, llena de ocultaciones, intrigas y errores que muchas veces inspiran vergüenza ajena, pero en la que el sentido del ridículo sirve como vehículo para el acierto, la franqueza y la sensatez. ?El arte de Jane Austen ?dijo Thornton Wilder en 1938