Si Edward Hopper hubiera pintado hoy su famoso cuadro Nighthawks (Noctámbulos), ni el marco ni la situación serían tan diferentes, pero los tres clientes del diner estarían cada uno mirando a su móvil, para ver, leer, escribir o mandar algo a alguien, o a nadie, quizás a una inteligencia artificial. La imagen de una pareja en un restaurante, absortos cada uno en la pantalla de sus smartphones, sin departir entre sí, sin siquiera mirarse, es común en cualquiera de nuestros países. Paradójicamente, la «gran conexión» que estamos viviendo genera una «gran desconexión». La primera nos roba atención y relaciones sociales, y nos impide cultivar la indispensable solitud.La soledad, una de las grandes cuestiones de nuestro tiempo. Es una condición radical e inevitable del ser humano y a la vez producto evitable de algunas de las formas de vivir que hemos generado en tiempos relativamente recientes, consecuencia indeseada de la modernidad. A diferencia del inglés, el castellano no diferencia entre loneliness y solitude por lo que aquí se propone recuperar claridad con el vocablo «solitud», para esa «retirada estratég