Lauren: Se suponía que volver al trabajo después de mi ruptura iba aser una transición poco dolorosa, pero cuando mi nuevo jefe resultóser un idiota arrogante y engreído, toda mi vida profesional seconvirtió en una tortura. Vale, lo admito: llamarlo «caraculo» antesde saber que era el director de la empresa no fue lo más acertado.Hubiera debido ser fácil odiarlo. Solo que no contaba con que fuesetan guapo ni encantador cuando le da la gana y no se dedica a sacarmede quicio, claro. Austin: Esperaba que mi asistente fuese profesionaly puntual, pero lo único que recibo son miradas fulminantes ycomentarios fuera de tono. Debería despedirla, y, sin embargo, loúnico en lo que puedo pensar es en recostarla sobre mi escritorio yromper todas las reglas que yo mismo me he impuesto con missubordinadas. Una mirada. Una caricia. Una noche. Si rompemos lasreglas, nuestras vidas nunca volverán a ser iguales. Lo bueno es quelas reglas se hicieron para romperlas. Y además, no está tan maltentar al jefeà