Las consecuencias del año 1492 rebasaron con creces las fronteras de la Monarquía Hispánica y del propio siglo XV, como es bien sabido. Al tiempo que se descubría un Nuevo Mundo y que Nebrija publicaba su Gramática castellana, el reino Nazarí de Granada colapsaba y los Reyes Católicos decretaban la expulsión de los judíos asentados en sus dominios. El eco de esta última orden es el objeto de estudio en esta publicación. No desde la perspectiva de los añorados lugares de salida de los desterrados, sino desde aquella otra reportada por quienes dieron acogida a infinidad de familias errantes dentro de la propia península Ibérica. En concreto, desde la atalaya del reino de Navarra en el que muchas se refugiaron por su proximidad física. Para ello se vale del pequeño pueblo medieval de Fitero, inserto en el seno de un señorío eclesiástico fronterizo tanto con la corona de Castilla como con la de Aragón. Fue uno de los lugares más afectados, pero en absoluto el único. Aquella medida tomada por una monarquía vecina repercutió directamente en toda Navarra. No obstante, la condición geoestratégica y jurisdiccional co