Desde Disneylandia hasta el Mont-Saint-Michel, desde las pirámidesegipcias hasta los castillos de Baviera, desde Venecia hasta París oNueva York, la interminable rueda del turismo no para nunca de darvueltas. Con el ojo atentamente fijado en el objetivo de la cámara, en vez de contemplar la realidad, los turistas transforman un mundo enimágenes que está, él mismo, invadido por las imágenes.
Loque busca el turista de viajes organizados es la foto del catálogo ode la pantalla de Internet y si la realidad que encuentra no es la«prometida» queda defraudado, se siente perdido e incapaz de hacer supropia experiencia. El turista individual y culto también estásometido a la esclavitud de las imágenes. No puede dejar de buscarescenarios ya codificados por la ficción, lugares dignificados ymitificados por famosos observadores anteriores desde distintosdiscursos culturales. No se fía de su propia vivencia, sino quetratará de adoptar los ángulos de vista de ellos con la pretensión deexperimentar, comprender o gozar como éstos, sin tener apenas encuenta lo que le rodea de hecho.
Analizando las actitudes