Olga Bernad podría escribir los guiones, si existieran, de las fotosde Robert Doisneau, con esa humanidad, con ese torbellino de imágenesdonde convive "una dramática tristeza" con "el violento placer de lainocencia". Sus poemas son un tanto desapacibles, parten del desgarroo extrañamiento de un corazón a la deriva, y aspiran a un definitivoascenso hacia la luz y la plenitud. Y en ese tránsito, como la soledad de los domingos, desgrana sus versos tan imaginativos, de poderosasmetáforas, que tienen algo de ruego o llanto de amor, de elogio de lacondición humana: "Cerré los ojos y empecé a soñarte", dice, y a lapar constata una ausencia: "Me eché de menos". Percibe que ya nuncanadie la mirará como la miraba su padre y un día aún lejano, del añodos mil quinientos y pico, King Kong vendrá a buscarla a un parque y a besarla. Y ella, rabiosamente feliz, sí, porque "prefiero vivir acasi todoö. De todo ello y mucho más habla La vida extrema.