En el Ángel de la Guarda, una residencia para enfermos mentales, Mauro descubre a Laura bajo el sauce llorón del jardín. Pronto averigua que la muchacha es una interna nueva, y de ella acaba enamorándose.
El joven Mauro sabe que él es un crónico, que no tiene remedio pero se niega aceptar que Laura, brutalmente golpeada por el pasado, pertenezca a su misma categoría:Él la curará aunque cuando ella recobre la lucidez ya no pueda ser su novia.
Pero hoy, lejos de cumplirse los deseos de Mauro, algunos aseguran incluso que él mató a Laura, que es un homicida. En medio de tanta fragilidad -dentro y fuera de la residencia- un retrato ayuda a Mauro a recordar a Laura cada día, cada noche: si la olvida sólo será lo que era antes de conocerla, de amarla.