Cuando los editores LizThemerson y Lewis Burns favorecieron la publicación de «Demasiado tarde», nunca imaginaron que una cartografía de ausencias, gusanos de seda, reescrituras y malentendidos acabaría convirtiéndose en uno de los escasos acontecimientos literarios capaces de convocar, no sin razón, la atención de la comunidad internacional. Desde un futuro sin literatura, en el que los aviones no despegan y el tacto sintético de una bolsa de plástico de colores satinados es motivo de añoranza y fetichismo, una voz quebrada nos interpela: ¿cuánto coraje hace falta para atreverse a dejar de ser