En la madrugada del domingo 18 de diciembre de 1966 sufrí un accidente de tráfico y fallecí en el acto. Tenía veintiún años y mi prematura muerte hizo de mí una celebridad. Los Beatles me mencionan en æA Day In The LifeÆ, la última canción del Sgt. PepperÆs Lonely Hearts Club Band, cuya estrofa inicial dice: «He leído las noticias de hoy sobre un hombre afortunado que lo logró. [à] Se voló la cabeza en un coche, no se dio cuenta de que el semáforo había cambiado».
Ese "hombre afortunado" al que se refiere John Lennon soy yo.
Y supongo que, en cierto sentido, sí he sido afortunado. Formo parte de la historia de la mejor música pop. Y viví en el Londres de 1966; el Londres del Swinging London. Podría, de hecho, contar múltiples historias acerca de todo aquello: sobre los Beatles, sobre la contracultura y la revolución soñada, sobre la psicodelia y los psicotrópicos, sobre el hedonismo sin medida. Continuamente, me he preguntado por qué no hacerlo, por qué no hablar de esa época, explicar por escrito lo que hacíamos o, más fácil aún, centrarme en mí, sincera