Este libro relata las alegrías y las penas de un ciudadano corriente y mayor, de oficio naturalista, que utiliza la bici cada día para ir al trabajo en Sevilla, y de vez en cuando para pasear por el campo. En la ciudad observa la poda de los naranjos, a los cormoranes pescando en la dársena y a las cotorras invasoras gritando en los parques. En el campo, a poco más de media hora de casa, sigue el ciclo anual de los cultivos en las marismas del Guadalquivir desecadas, y se asombra ante unos cientos de flamencos flameando al sol o unos miles de moritos oscureciéndolo. Por el mundo, pedalea cuando puede disfrutando del entorno. Demuestra que montar en bici es placentero, mejora la salud física y emocional, alivia el medio ambiente y constituye, además, una atalaya privilegiada para atisbar con otros ojos (o a otro ritmo) el mundo cotidiano. Ojalá su afición sea contagiosa y, al terminar el libro, al lector le entren ganas de cabalgar una bicicleta.