Un homenaje pendiente a Roland Barthes es el punto de partida desde el cual Eliseo Verón realiza en esta obra
	 una sorprendente exploración de las posibilidades de construir un texto auténtico sin caer en los peligros del
	 metalenguaje. «Sólo el texto liquida todo metalenguaje, y por eso es texto: ninguna voz (Ciencia, Causa, 
	Institución) está detrás de lo que dice» (Roland Barthes, El placer del texto). 
	
	«La cuestión del metalenguaje es una cuestión característica de las ciencias sociales. ... Se ocupan de objetos que
	 son ya significantes, ya lenguajes, discursos, signos, "sistemas semióticos", de modo que la posición enunciativa de
	 la referenciación es, en estas ciencias, de orden metalingüístico. Dicho esto, la relación entre el metalenguaje y el
	 lenguaje-objeto no es otra cosa que la relación de denotación, desplazada un paso. Imagen típica: el semiólogo
	 que analiza y describe un sistema cualquiera de signos.»
	
	La obra demuestra en la práctica del escribir cómo situarse adecuadamente, no frente ni dentro, sino «del lado de
	 la realidad», que es la buena posición para construir un texto. 
	                                                                                                                                                                                                           
	Eliseo Verón elige aquí como recurso la modalidad de la agenda. «La agenda, concluyó muy convencido, es un
	 verdadero dispositivo sociocosmológico. Por un lado, tiene el carácter general de un mecanismo inexorable, una
	 especie de tam tam que marca ciegamente el paso indiferente del tiempo. Por otro lado, ofrece cada día un panorama transitorio muy frágil y, sobre todo, imprevisible. ... Lo que lo fascinaba era esa mezcla, ese cruzamiento permanente de azar y necesidad, de fatalidad y sorpresa, de planificación y de n'importe quoi. ...
	                                                                                                                                                                                                              Para generar un efecto de agenda basta asociar fechas con personas específicas, con textos, proyectos, notas de
	 seminarios, el esquema de un libro nunca escrito. ... El efecto de agenda facilita la constitución del espesor del
	 tiempo. Con resultados a veces sorprendentes, a veces paradojales, a veces deprimentes.» 
	
	Partiendo cada día de determinados estímulos y temas, Verón entrelaza recuerdos, vivencias actuales o noticias
	 de periódicos asociando secuencias de experiencias lejanas y recientes, reflexiones sobre antiguas convicciones y participaciones en luchas políticas, sobre las tendencias intelectuales del París de los años sesenta, un encuentro
	 personal con Perón y las múltiples circunstancias e inquietudes que iban acompañando la paulatina construcción
	 de sus teorías y obras a lo largo de los años. 
	
	Efectos de agenda se dirige con una peculiar intensidad al lector exigiendo su participación en un juego que
	 requiere cierta agilidad mental, pero que ofrece a cambio un insólito placer de lectura, una gran riqueza de ideas
	 y, sobre todo, un conocimiento a fondo tanto de los aspectos íntimos como intelectuales de ese gran semiólogo.