La democracia española padece serios problemas conocidos desde losaños ochenta del pasado siglo. En el siglo XXI, numerosos autores handefinido recientemente nuestro sistema como «de baja calidad» o haninsistido en el «deterioro» democrático e institucional por lacorrupción y el descrédito de las instituciones. La Constitución de1978 no es la causa del deterioro institucional. La responsabilidadrecae en la ausencia de lealtad constitucional de los partidosnacionalistas periféricos y por la ambición desmedida de concentración de poder de todos los presidentes de Gobierno. Los presidentes, enlugar de respetar la esencia de una monarquía parlamentaria, hanconstituido, por medio de leyes orgánicas y ordinarias, una suerte depresidencialismo; un cesarismo caracterizado por la preponderancia del poder ejecutivo y una invasión y neutralización del conjunto de lasinstituciones. ¿Abandonamos toda esperanza? Todavía no hemos entradoen el infierno de Dante, aunque el riesgo siempre existe. La libertady la democracia son dos bienes precarios; tienen innumerablesenemigos. La recuperación democrática no sólo es posible; e