«Se va el día. Porque lo decimos. Si no se marcharía de igual modo,sin pasar por nosotros. Lo miramos de un costado y de otro, entre lascopas floreadas, en el azul febril de la mañana, en el silencio de latarde. Las nubes vienen de poniente. Hay viento arriba, pero apenas se nota en el cuerpo. En el cuerpo, el sudor inextinguible. Se abrenbahías en el cielo, ensenadas; se tornan amarillas y cobrizas lasfachadas. Se va el día. Ya no sabemos a qué fecha estamos, lejos denosotros la agenda, el taco para ir pasando las jornadas, y anotar enlas hojas no sé cuántas iniciativas. En la calle también todo soncuerpos sudorosos, pantorrillas y calcañares, las mil formas de lainsinuación, de la exhibición de la carne. Hay un cansancio provocadopor tanto desvelo. Las nubes se vuelven pardas; cruzan los pajarilloscon sus recados. Todo está en suspenso. Pero nada ni nadie está a laespera. Yo mismo. Yo quedo mirando. Y mientras miro, pienso. Ymientras pienso, veo; y no hay nada».Sobre otras entregas de sus diarios: «Esta próxima vez que ya fue oaún está llegando, esta ocasión que siempre queda incompleta ypendiente para un