El teléfono es hoy (o parece ser) un objeto caído en desuso. Si enalgún momento era el principal medio por el cual una persona podíacomunicarse con otra y esa era su única función, hoy ha mutado (de"teléfono de línea" a "celular"), y ha dejado de cumplir esa únicafunción para ser un dispositivo que sirve para muchas otras cosas:sacar fotos, enviar mensajes de audio, filmar, navegar por Internet.Pero no para hablar.El dato es que las conversaciones telefónicasempiezan ritualmente así, diciendo "¿Hola?", deteniéndose antes quenada en el propio canal de la comunicación, constatando una y otravez, y antes de empezar la conversación propiamente dicha, que elcanal efectivamente está y que anda perfectamente bien. Como si unresto de asombro ante el hecho mismo de que el teléfono exista nopudiese sino aflorar ante cada llamado y ante cada respuesta, como sicada conversación telefónica no pudiese sino verse antecedida por unaespecie de homenaje implícito ante el prodigio, nunca asimilado deltodo, de poder hablar con otro aunque el otro no esté ahí.