En Galicia, una región con un mayor peso de la cultura oral, rica y dinámica, el acceso a la cultura formal fue escaso, sobre todo, para las mujeres, quienes tuvieron que realizar un sobresfuerzo laboral para suplir las ausencias masculinas, ya fuesen temporales, estacionales o definitivas. Por ello, la escolarización y la alfabetización presentaron un carácter selectivo y discriminatorio a favor de los hombres, mientras que las mujeres se formaron poco y se castellanizaron menos, si bien fueron las depositarias de la cultura oral y de la tradición gallegas. Muestra fehaciente de la desigualdad de oportunidades es que, en 1860, las gallegas tenían las mayores tasas de analfabetismo de España, en tanto que los varones tenían las tasas de alfabetización más elevadas. Frente al mundo rural, las ciudades ofrecieron mayores posibilidades educativas, aunque muchas de esas iniciativas solamente estuvieron al servicio de las clases acomodadas. En este panorama tan desolador, existieron, no obstante, ejemplos de mujeres anónimas o no que se destacaron por su genio y su garra, abriendo el camino a las gallegas de tiempos futuros.
