¿Qué tienen en común una estrella del cine, un genio del jazz, unapareja de aristócratas en horas bajas, un pintor enamorado de la vida, un espía nazi (o varios, quizá), un escritor adicto a la vida y a labebida, un botánico frustrado o la viuda de un icono de la literatura? Que todos pasaron parte o buena parte de su vida en la Costa Brava,la descubrieron cuando casi nadie era capaz de ubicarla en un mapa yse apasionaron por este rincón de la Península. Algunos no han dejadomás rastro que un vago recuerdo o una tumba olvidada, y otroscontribuyeron a dar forma a su aspecto actual, como Carl Faust en eljardín Marimurtra, los Woevodsky en Cap Roig o Josep Ensesa enS'Agaró. Y no faltan historias de ciudadanos anónimos que en laspeores circunstancias dieron una lección de ética y valentía, comoNancy Johnstone, que llegó a Tossa de Mar para regentar un hotelitocon encanto y terminó acompañando a decenas de niños refugiados camino del exilio al final de la Guerra Civil. Sus vivencias y las de muchos otros se entrelazan con los acontecimientos del turbulento siglo XX,desde la Revolución Rusa a la Guerra Fría, hasta