Doce años de pontificado, cuatro encíclicas, treinta y nueve constituciones apostólicas, ciento un cartas apostólicas, noventa viajes apostólicos, once mensajes para la Jornada Mundial de la Paz, veinticuatro bendiciones Urbi et Orbi. Esas son las cifras que dejó el papa Francisco. Pero, el Papa fue mucho más que números.
Juzgado por sus afirmaciones callejeras, criticado por su apertura y liberalidad, excluido por las cúpulas y amado por las masas, ese fue Francisco, el hombre; Francisco, el jesuita; Francisco, el obispo de Roma; Francisco, el Papa.
Enorme es su legado, tanto qué recopilar, que ningún espacio daría para lograrlo porque no fue un Papa de obras y palabras, sino de gestos y actitudes. En esta obra se esbozan algunas de sus herencias, a modo enunciativo, conscientes de que aún queda mucho por construir pero que, ahora, nos toca a nosotros hacerlo.
Ante la inmensidad de sus huellas, solo tres claves pueden ofrecer un mayor entendimiento y suscitar una mayor admiración y cariño hacia él.
Primero, Francisco, antes de ser Papa, fue Jorge Mario Bergoglio. Nacido en Argentina, en 1936, químico farmacéutico que se inclinó por una vocación que su madre rechazaría por muchos y que él, decididamente después de sentir el llamado, decidió seguir a costa de la soledad y el sufrimiento que pasaría cuando, gravemente enfermo, le extrajeron un lóbulo pulmonar. Entraría en la compañía de Jesús sin saber que, tiempo después, en él veríamos al nuevo y posmoderno san Ignacio, valiente soldado al servicio de otro Señor.
Su ser latinoamericano fue una gracia para el pueblo, un óleo que perfumó la sala de nuestro vasto territorio en cuya piel aún hay cicatrices que sangran y dolor que muerde.
Segundo, Francisco eligió su nombre por san Francisco de Asís, el pobrecillo de Asís, como le llamaban, y marcó con ello un itinerario de sencillez y sobriedad que solo podía ser sobrellevado por un carácter alegre, pero a la vez firme y decidido, como el de san Francisco cuando reconstruyó la Iglesia. El papa Francisco no venía del poder ni de la carrera eclesiástica, venía de las periferias y por eso supo hacerse uno con todos y llamarnos hermanas y hermanos.
Tercero, Francisco comenzó una de las reformas más grandes de nuestra historia eclesiástica: el sínodo de los obispos donde soñó y contagió el sueño de una Iglesia horizontal, abierta, sinodal, donde quepan todos.
Así, el papa Francisco, marcado por su historia latinoamericana, abrazando la pobreza como libertad para amar y superando divisiones, logró ser ese Papa controversial y polémico, pero profundamente libre para en todo amar y servir.