El paro estigmatiza a muchos ciudadanos porque el trabajo sigue siendo un valor fundamental de integración social. Un análisis histórico muestra que no siempre fue así, lo que permite situarlo al mismo nivel de las actividades útiles no remuneradas.
En la actualidad, políticos y economistas están rivalizando por encontrar fórmulas viables para aumentar el número de puestos de trabajo. Parece obvio que todos necesitan trabajar y que el trabajo siempre ha formado parte de la base de nuestra organización social.
¿Y si eso no fuera cierto? ¿Si el trabajo sólo fuese una invención reciente que nuestras sociedades han considerado necesaria dentro de un contexto histórico determinado, siendo así un fenómeno fechable que podríamos dejar atrás? ¿La firme voluntad de los poderes políticos actuales de «salvar el trabajo» acaso no traiciona la dificultad ante la que nos encontramos para pasar a otra época en la que el trabajo dejaría de ser tal vez un valor central?
Éstas son algunas de las preguntas que guían la investigación de Dominique Méda y su punto de partida para un excelente análisis de la función social del trabajo a lo largo de la historia de Occidente. Ello permite situar el momento en que el trabajo comenzó a ser una necesidad esencial y un valor moral. Al explicar por qué hemos llegado a glorificar este instrumento de nuestro sufrimiento, la autora invita a relativizar su valor.
Es preciso que nos interroguemos sobre el sentido del trabajo antes de entregarnos a la búsqueda de soluciones para superar el paro. Hay que tener conciencia de la estrecha relación entre la ideología del trabajo y las medidas políticas que se proponen.
La perspectiva histórica del trabajo no permite, según Dominique Méda, pasar por alto la aspiración de todo ciudadano con una actividad digna que dé sentido a su vida. No hay por ahora soluciones perfectas, pero las sugerencias de Méda son un estímulo para importantes replanteamientos.