No es Vitoria mala elección como laboratorio de ciudad en la que estudiar el impacto de aquel instante que duró décadas y que llamamos Cine Fórum. Una ciudad callada, casposa y clerical en los 50 y 60, deslegañándose todavía de la pesadilla guerracivilista, cuando no del polvo centenario de carlistada tras carlistada, asistió al milagro de ver cómo poco a poco iba tomando cuerpo la cultura del cineclub. Nos unía el amor a esa danza de luces y sombras y compartíamos un río de sensaciones hermanas, una misma placenta y una cinefilia de preguntas, coartada para huir de las calles, que esas sí que no eran nuestras. Codo con codo descubríamos mundos, vivíamos vidas, sufríamos injusticias y llorábamos por otros, pero no por ser ficción dejaba de ser menos cierto. La verdad de la mentira nos hacía fuertes y, mágicamente, nos armó contra injusticias. Así alguno llegó a sentirse algo parecido a un héroe. Intentamos, cuando fuimos fuerza noble y a veces sin saberlo, cambiar el paso de la ciudad miedosa, romper sus hábitos viejos. Fue vano. Aquello siguió igual. Se nos fue de entre los dedos. Fue agua que no