Entre las letras del diario de Leyre navegaban los recuerdos de suquerida Adaya. Rodeada del personal médico, que descansaba en lacafetería del hospital, y de conversaciones que ya no le sonaban tanextrañas, escribía todo aquello que le hacía reír, e incluso llorar.Recuerdos…, eran un bálsamo para su paz interior, hasta quellegaba su cita con el área pediátrica.Las risas y anécdotas de los pacientes más pequeños eran una adicción, que conseguía sacarla de la cama, cada vez que sonaba eldespertador.Alarma, café y paseo hasta el hospital.Saludos, café y diario, a la espera de su voluntariado.Hasta que apareció Nicholas…Un extraño de ojos azules, que tambaleó los cimientos de suestructurada vida, obligándola a alejarse de la tinta de su corazón.