William McCrum, bisabuelo del autor, era un portero irlandés en un fútbol salvaje. En 1891, una época de pesadas pelotas de cuero, barro hasta las rodillas e indisciplina en el juego, se le ocurrió que los penaltis servirían para amansar a unos jugadores insumisos y descontrolados. Futbolistas y aficionados acogieron con espanto la ocurrencia de McCrum, pero el tiempo acabó dándole la razón y el penalti ha terminado ocupando un papel capital en la liturgia futbolística.
En El penalti, Robert McCrum se sirve de la invención de la pena máxima como excusa para explorar cuestiones más profundas y tortuosas como las relaciones familiares, los vínculos entre Inglaterra e Irlanda o los traumas y complejos del fútbol inglés. Con ironía británica y muchos datos históricos, el libro tiende un hermoso puente entre el asilvestrado deporte amateur de finales del siglo XIX y el multimillonario negocio que conocemos hoy.